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Los Eternos – Lucas Veynar (1882 d.C.)



Capítulo I: Los Eternos - Lucas Veynar

Azrael había tejido un pacto oscuro con Mordrek, el hermano mayor de Alucard. Mordrek, ya corrompido por su obsesión y celos, tomó a Nocturna y, junto a Azrael, comenzó a desatar un poder que ni siquiera él podía controlar.

El problema fue que Mordrek, debilitado por su ambición y por el influjo de Nocturna, fue manipulado por Azrael. El demonio lo convenció de que abrir portales a otros tiempos y realidades le daría acceso a poder ilimitado. Mordrek aceptó, sin saber que en realidad estaba cumpliendo el verdadero plan de Azrael: sembrar caos en todos los mundos, expandiendo el dominio demoníaco más allá de la Tierra.

Los portales ardientes se abrieron como cicatrices en la realidad. Por ellos cayeron legiones de criaturas infernales en múltiples eras y universos. Uno de esos mundos fue el de Lucas Veynar

En el Viejo Oeste de Lucas, los portales se abrieron en medio de desiertos y cañones, trayendo alaridos de demonios alados, bestias cornudas y sombras de Azrael. Lo que antes era un territorio de forajidos, pistoleros y buscadores de oro, se convirtió en un apocalipsis infernal.

Lucas Veynar, testigo del horror y marcado por la pérdida de su familia devorada por las criaturas, juró venganza. Forjó su leyenda como el Justiciero del Ocaso, un cazador de demonios que enfrentaba, con balas doradas, a la misma plaga que Mordrek y Azrael habían soltado sobre su mundo.

El aire del desierto ardía como un horno. Las dunas estaban teñidas de rojo por el fuego de los portales, y las criaturas infernales avanzaban entre el polvo levantando chillidos inhumanos.

En el centro de aquel infierno, un hombre resistía: Lucas Veynar, con su sombrero ennegrecido por la pólvora y sus revólveres ardiendo en sus manos. Cada disparo arrancaba un rugido demoníaco.

Un demonio alado saltó sobre él. Lucas rodó, disparó a quemarropa y lo derribó. Apretaba los dientes, jadeaba, pero no se rendía. Estaba solo. O al menos eso creía.

De repente, el aire vibró con un sonido extraño: un acorde de guitarra, profundo y desgarrador, que retumbó como un trueno. Entre las llamas de un portal emergió una silueta alta, de melena plateada, ojos rojos y piel pálida. En sus manos brillaba Nocturna, transformada en guitarra.

Los demonios se estremecieron. Algunos retrocedieron, otros fueron consumidos por la vibración misma de la música.

Lucas levantó sus armas hacia el recién llegado.

Lucas Veynar: —No me importa de dónde diablos saliste… si vienes a por mí, terminarás con plomo entre los ojos.

Alucard Aris (con voz grave, modulada por la furia): —No busco matarte, forastero… pero si apuntas esas armas otra vez, no vivirás para recargar.

Lucas apretó la mandíbula, el sudor resbalaba por su frente. Su instinto gritaba que ese extraño no era humano, pero los demonios se retorcían de dolor con cada acorde que arrancaba de su guitarra.

Un demonio gigantesco irrumpió detrás de Lucas, dispuesto a arrancarle la cabeza. Antes de que pudiera reaccionar, una ráfaga de notas metálicas atravesó el aire y lo desintegró en mil pedazos.

Lucas miró de reojo, sin bajar el arma.

Lucas Veynar: —…No eres uno de ellos. Pero tampoco eres de los míos.

Alucard Aris: —Soy lo que queda después del dolor. Igual que tú.

Un silencio tenso los envolvió. Luego, Lucas giró su revólver, disparando a quemarropa contra otro demonio que intentaba abalanzarse. El casquillo cayó al suelo con un tintineo metálico.

Lucas Veynar: —Hmph… no confío en ti, extraño. Pero mientras derribes demonios, no serás mi enemigo.

Alucard Aris (tocando un riff oscuro en Nocturna, mientras sus ojos brillan rojos): —Entonces, dispara, vaquero. Hagamos de este infierno nuestro escenario.

Y así, entre acordes de guitarra inmortal y balas doradas rúnicas, nació la alianza improbable entre el vampiro eterno y el pistolero del ocaso.


Capítulo II: Concierto en el Ocaso

El cielo se abrió en grietas de fuego sobre el cañón. Los portales escupían criaturas de alas negras y cuerpos deformes. Los demonios descendían en manada, listos para devorar todo lo que quedara vivo en ese mundo.

Lucas Veynar, cubierto de polvo y sangre, ajustó el sombrero en su cabeza y giró el tambor de su revólver.

Lucas (murmurando): —No pienso morir hoy… no mientras queden balas en mi cinturón.

A su lado, Alucard arrancó un acorde brutal de Nocturna, y el eco metálico reverberó como una ola de energía. Los demonios retrocedieron por instinto, gruñendo y retorciéndose.

Alucard: —Que escuchen la música del fin.

Los demonios cargaron. Lucas disparaba con precisión letal, cada bala un golpe certero en ojos, gargantas y pechos infernales. Su velocidad era sobrehumana para un simple mortal; no fallaba un disparo, aunque las sombras lo superaran en número.

Alucard, invulnerable mientras tocaba, caminaba entre la horda como un espectro. Su guitarra rugía con riffs pesados, y cada nota derribaba demonios, los desgarraba desde dentro o los reducía a polvo.

Uno de los engendros más grandes, una bestia con cuernos incandescentes, cargó contra Lucas. El vaquero rodó, disparó cinco veces al corazón y, aunque la criatura no cayó, se tambaleó. Antes de que pudiera contraatacar, un grito desgarrador brotó de las cuerdas de Nocturna. La bestia explotó en un chorro de fuego negro.

Lucas miró de reojo, sudor y polvo en su rostro.

Lucas: —…Eso no fue un truco de pólvora.

Alucard (sonriendo con frialdad): —Y lo tuyo no son simples disparos de vaquero.

La batalla se volvió un concierto:

  • Lucas marcaba el ritmo con disparos certeros, cada bala un redoble en el aire.
  • Alucard lo acompañaba con acordes oscuros, un riff tras otro, convirtiendo la matanza en una sinfonía de fuego y muerte.

Finalmente, cuando el último demonio cayó al suelo, el desierto quedó en silencio. El viento arrastraba cenizas y el olor a pólvora mezclado con azufre.

Lucas, jadeando, recargó lentamente sus revólveres. Miró a Alucard, aún con la guitarra en la mano.

Lucas: —He peleado solo contra estas bestias por años… y nunca vi a nadie resistirlas de esa manera.

Alucard: —Y yo he visto reinos caer por su culpa. Pocos hombres han sobrevivido tanto tiempo frente a ellos como tú.

El vampiro clavó su mirada roja en Lucas, pero sin hostilidad; había respeto en ella.

Lucas se ajustó el cinturón y escupió al suelo.

El desierto quedó en silencio. El humo de los cuerpos demoníacos flotaba en el aire como neblina negra. Lucas Veynar, agotado, encendió un cigarro con manos temblorosas. Alucard se quedó en pie, firme, apoyado en Nocturna, cuyas cuerdas aún vibraban como si respiraran.

Lucas exhaló el humo lentamente y lo miró.

Lucas: —No eres un hombre. Tampoco un demonio. Entonces… ¿qué demonios eres tú?

Alucard bajó la mirada, sus ojos rojos brillando bajo el reflejo de las brasas. Su voz salió grave, modulada, cargada de historia.

Alucard: —Mi nombre es Alucard Aris, soy un vampiro inmortal. Hijo de Vlad Drăcula, asesinado por el demonio Azrael en un campo de batalla maldito y traicionado por su propio hijo Mordrek.

Mi hermano, Mordrek, corrompido por los celos y el poder de un artefacto llamado Nocturna, me condenó a la eternidad de las tinieblas… y con él comenzó esta plaga de portales que infestan los mundos.

Lucas guardó silencio. No entendía del todo, pero reconocía el peso del dolor en esas palabras.

Lucas: —Así que toda esta mierda… estos portales, estas bestias… ¿es culpa de tu hermano?

Alucard (asintiendo con furia contenida): —Él y Azrael. El demonio que mató a mi padre. Mordrek abrió las puertas del infierno creyendo obtener poder, pero fue manipulado. El resultado… lo has visto con tus propios ojos.

Lucas lanzó la colilla al suelo, aplastándola con la bota.

Lucas: —No necesito sermones, vampiro. Solo quiero matar a cada maldito demonio que respire.

Alucard sonrió apenas, como quien contempla a un espíritu afín. Dio un paso al frente, su sombra proyectándose larga bajo la luna rojiza.

Alucard: —Entonces escucha: yo no estoy solo en esta guerra. He reunido una legión. Los llamo Los Eternos, dentro de ellos hay sub legiones como los Immortalis, Immortalis Fatum, Noctis Aeternitas y muchos más

No son todos inmortales como yo… pero sí eternos en espíritu. Hombres, mujeres y criaturas de distintos mundos, marcados por la oscuridad, que eligieron luchar en lugar de rendirse.

Lucas levantó una ceja, escéptico.

Lucas: —¿Una legión? ¿Y qué pintaría un simple vaquero entre tus monstruos y tus fantasmas?

Alucard acercó a Nocturna a su pecho y la transformó en una espada oscura con un destello, mostrándole el poder vivo en sus manos.

Alucard: —No eres un simple vaquero. Te vi enfrentar solo a una horda que haría huir a ejércitos enteros. No fallaste. No cediste.

Los Immortalis necesitan a hombres como tú, Lucas Veynar. Si me sigues, no pelearás solo nunca más.

Lucas guardó silencio, la mirada fija en el horizonte quemado. El viento levantaba polvo sobre los cadáveres demoníacos. Finalmente, se giró hacia Alucard y habló en un tono bajo, casi íntimo:

Lucas: —Perdí a mi familia en estos portales. Creí que mi destino era morir solo, disparando hasta que se me acabaran las balas.

Pero si lo que dices es verdad… si hay más como yo allá afuera… entonces quizás valga la pena cabalgar contigo.

Alucard extendió la mano, solemne, sus ojos brillando como brasas.

Alucard: —Entonces únete a Los Eternos, Lucas Veynar. Lucha conmigo en todos los mundos y universos, hasta que la sombras que devoran nuestros mundos sea borrada de la existencia.

Lucas se quedó mirando a Alucard en silencio, los ojos aún encendidos por la furia del combate. Tragó el polvo del desierto y habló con firmeza, sin titubeos.

Lucas: —Lo que hiciste ahí… jamás había visto nada parecido. Sentí tu poder en el aire, como si la tierra temblara contigo. Ese demonio que casi me arranca la cabeza… lo borraste de la existencia como si no fuera nada.

Guardó su revólver en la cartuchera, pero mantuvo la mirada fija en el vampiro.

Lucas: —Te debo una, Alucard. Y no soy de los que olvidan una deuda. Si de verdad tienes una legión… los Immortalis… cuéntame dentro.

Lucas: —Debes saber que no lucho por gloria ni por eternidad. Lucho por cada alma que esos bastardos devoraron.

Si tu camino me lleva a ellos… entonces ya tienes a tu pistolero.