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⚔️ La Batalla de la Llama Negra – Valle de Roznov, Transilvania (1583 d.C.)


Habían pasado 86 años desde que Alucard fue convertido en vampiro eterno por la traición de su hermano Mordrek. Para entonces, ya era una leyenda en la penumbra: un espectro con guitarra en mano, cruzando tierras malditas, deshaciendo maldiciones, buscando venganza… y redención.
En el año 1583, un presagio oscuro envolvió los cielos del este.
En las tierras vecinas de los Cárpatos Bajos, el rey Leremia de Vlahia, gobernante de la última fortaleza libre entre los valles del norte, tuvo un sueño profético: un mar de sombras avanzando como langostas, devorando aldeas, desatando fuego, podredumbre, y locura. En su visión, una figura con ojos rojos, melena blanca y un artefacto desconocido envuelto en fuego celestial se interponía entre el mundo y su fin.
Desesperado, Leremia envió jinetes a través de las montañas, buscando al único ser que encajaba con esa descripción y podía cumplir aquella visión: Alucard Aris, el vampiro inmortal, portador de Nocturna.
Alucard recibió el llamado entre ruinas olvidadas, cuando los cuervos comenzaron a hablarle en lengua antigua. Su mirada, impasible, se clavó en el horizonte. Había llegado el momento de usar todo su poder, incluso a costa de sí mismo. 



El enemigo no era una simple horda:

Eran criaturas arrancadas del infierno, invocadas por un antiguo culto conocido como La Boca de Azrael, fanáticos que adoraban al asesino de Vlad Drácula.

No eran miles…

Eran cien mil.

Brujos sin ojos, guerreros de carne pútrida, gólems de hueso y llamas, sombras vivientes, y lo peor: gigantes antiguos, conocidos como los Vozdekas, caminaban la tierra otra vez. El rey Ieremia y sus ejércitos estaban listos para morir. Pero entonces, cuando la luna se alzó sobre el campo… él apareció. Vestía de negro, con la melena plateada ondeando al viento. A su espalda, Nocturna brillaba con símbolos que mutaban al ritmo de su furia. Sus ojos carmesíes atravesaban el alma de los soldados, y su voz...

Y comenzó.

Alucard tocó.

Y con cada nota, una oleada de fuego y rayos sobre el campo.

El poder de Nocturna, canalizado a través de su música, anulaba los conjuros, derretía maldiciones, desintegraba hechiceros, y hacía estallar a los Vozdekas desde adentro.

Durante siete horas, tocó sin parar.

La tierra se quebró. Las montañas temblaron.

Sus manos sangraban sobre las cuerdas de su guitarra, y su piel, aunque inmortal, comenzaba a romperse.

Pero no se detuvo.

Cuando la última bestia cayó y el aire se llenó de silencio…

Alucard dio un paso al frente… y cayó de rodillas.

No por la espada enemiga.

Sino por el precio de su poder.

Nocturna lo había consumido.

Su cuerpo, aún intacto, no respiraba.

Los soldados creyeron que había muerto…

Pero al tocar su pecho, la guitarra aún vibraba lentamente.

🦇 El Eco Inmortal

Alucard despertó un rato después, bajo la luna blanca.

Su cuerpo estaba cubierto de cenizas y tierra calcinada.

La guitarra Nocturna, clavada en el suelo junto a él, aún vibraba suavemente, como si murmurara una última nota de la batalla.

Cuando sus ojos se abrieron, vio a un grupo de soldados arrodillados a su alrededor…

Y frente a todos ellos, de pie, el rey Leremia, con la corona ladeada, el rostro herido, y lágrimas en los ojos.

Su cuerpo, aunque de pie, no era el mismo:

surcado de marcas negras y rojas, como tribales vivos, grabados a fuego por el poder de Nocturna, que aún latía dentro de su carne.

Eran runas antiguas, símbolos que ardían con magia oscura, retorciéndose como si intentaran devorar su alma desde dentro.

Cuando abrió los ojos, los soldados a su alrededor retrocedieron instintivamente.

No por miedo a él…

Sino al poder inconcebible que aún lo envolvía como un aura invisible.

Alucard Aris ya no parecía de este mundo.

El rey Leremia, herido pero erguido, se acercó, con la espada en mano.

Pero al ver a Alucard en ese estado, su rostro, firme hasta entonces, se quebró en un gesto de terror.

No por ingratitud…

Sino porque había comprendido una verdad insondable:

"Este ser no es un salvador…

…es un abismo que decidió protegernos."

—“Alucard Aris…” —dijo el rey, con la voz temblorosa—

“Nos salvaste de la oscuridad… pero traes una aún mayor contigo.”

Alucard bajó la mirada.

Su voz era grave, rota… casi humana.

—“La oscuridad vive en mí… para que no viva en vosotros.”

Leremia se arrodilló y ofreció su espada intrincada, temblando.

Alucard la tocó. Por un instante, el acero se volvió negro, marcado por la esencia de Nocturna.

Un pacto silencioso. Un reconocimiento eterno.

"Nos salvaste de la oscuridad. Pero… ¿a qué precio?" —dijo el rey, con la voz temblorosa—

Alucard solo levantó su mirada al cielo y dijo:

—"Este no fue el fin… sólo una nota más en la sinfonía de la eternidad."