El Silencio de Qad'Mar – Urfa (1501 d.C.)
Capítulo I: La Nota Ensangrentada
Nicolae no solo era un guerrero formidable y un lobo ancestral, sino también el fundador de una de las empresas más admiradas de su época: Apă Lae, también conocida por el pueblo como Fântânile lui Lae —Las Fuentes de Lae. Nicolae había dedicado esta obra no solo al pueblo, sino también a sus tres hijos: Daciana, la mayor, sabia y siempre con un libro en las manos; Aveline, la segunda, serena y valiente; y Elian, el más pequeño, de apenas cinco años, alegre y lleno de luz, cuya risa iluminaba incluso los días más áridos. Esta red de norias, qanats y sistemas hidráulicos, extendida por tierras áridas del este y del sur, llevaba agua donde antes reinaba la muerte. Inspirado por el sufrimiento humano, Nicolae unió ingenieros persas, arquitectos andalusíes y sabiduría ancestral valaca para construir una red que salvaba vidas sin derramar sangre. El culto enemigo lo odiaba no solo por su sangre, sino porque Apă Lae era símbolo de resistencia y vida. Allí donde fluía el agua de Lae, los demonios no podían echar raíces.
El castillo de Alucard en los Cárpatos temblaba con un silencio sobrenatural. Las sombras en las piedras se estiraban como si temieran lo que estaba por ocurrir. Nicolae entró, envuelto en su capa oscura, sin decir palabra. Sus botas, empapadas por la nieve del exterior, dejaron un rastro pálido sobre el suelo de obsidiana.
Alucard estaba sentado en su trono de piedra negra, Nocturna reposando a su lado como una extensión de su alma. La noche era espesa, el fuego apenas parpadeaba en las antorchas de la sala. Un encapuchado del castillo entró con paso respetuoso y se inclinó.
—Mi señor, Nicolae ha llegado. Dice que necesita hablar con vos en privado.
Alucard no respondió con palabras. Se levantó, su capa arrastrando sombras tras de sí. Caminó con paso firme por los pasillos hasta llegar a una sala lateral, un recinto de piedra y silencio. Allí esperaba Nicolae, de pie junto a la mesa, con el rostro endurecido por la preocupación. Sin una palabra, dejó caer un pergamino sobre la mesa. El sello de cera estaba roto.
Alucard lo abrió. Su mirada escarlata recorrió las líneas escritas con sangre.
"Tus crías respiran por capricho del Fuego Silencioso. Entrega la Llave de las Fuentes y retírate... o contempla cómo el desierto los traga, uno por uno." — Los Hijos del Silencio
No hubo preguntas. No hubo dudas. La rabia se encendió en su pecho como una llamarada nocturna. Nocturna vibró, emitiendo una nota grave. Los ojos de Alucard brillaron como carbones vivos.
—¡Iremos ahora mismo!— rugió. —Nadie toca a mis hermanos.
Capítulo II: El Viaje Comienza
Alucard y Nicolae descendieron desde los Cárpatos siguiendo el curso del río Danubio. La barca negra de Alucard los llevó en silencio, deslizándose sobre las aguas heladas. En el delta del Mar Negro, llegaron al puerto de Constanza.
Allí los esperaba una figura envuelta en niebla: el Capitán Danton Leclair, un navegante veterano, curtido por tormentas y años de comercio entre puertos hostiles. Su especialidad eran las especies exóticas, especias raras y bienes imposibles de rastrear. Su barco, Le Revenant, flotaba como un fantasma entre las naves comunes.
—Nunca imaginé que tendría el honor de llevar en mi barco al mismísimo Alucard Aris,— dijo Leclair con una reverencia leve, su voz ronca teñida de respeto y acento parisino. —Por esta causa, cruzaría incluso el Hades. Suban a bordo.
Y así comenzaron el viaje: cruzaron el Bósforo entre las luces de Estambul, siguieron por el Mar de Mármara y entraron al Mediterráneo oriental, donde las aguas se tornaban más oscuras con cada milla.
Capítulo III: Las Arenas de Qad'Mar
Aunque la noche siempre había sido su aliada, Alucard sabía que Qad'Mar no le ofrecería ese consuelo. El sol caía sin piedad sobre su cuerpo, drenando su poder. Por eso, antes de partir, aumentó su fuerza física a niveles insólitos, tensando cada fibra de su ser para soportar el castigo de la luz. Cuando la oscuridad escasea, su poder muta, y su cuerpo se convierte en un bastión de pura resistencia. Era una adaptación dolorosa, pero necesaria: en el corazón del desierto, la furia no bastaba… se necesitaba control.
Desembarcaron en las ruinas de Urfa, donde el calor agrietaba la tierra y los ecos de antiguos dioses dormidos susurraban entre las piedras. Desde allí, la travesía por las arenas de Qad'Mar comenzó.
El desierto era una bestia viva. La luz devoraba las sombras. La arena se alzaba como cuchillas. Y a lo lejos, donde el viento se encontraba con la tierra, se ocultaba el santuario de los Hijos del Silencio.
Nicolae no dijo una palabra durante los primeros días. Su mirada estaba fija en el horizonte, como si esperara ver la silueta de sus hijos aparecer entre las dunas. Alucard, con Nocturna en la espalda, sentía la tensión de la tierra, como si la misma Qad'Mar rechazara su presencia.
Pero nada lo detendría. No esta vez.
Porque esa vez... no era venganza. Era familia.
Y el mundo ardería si era necesario para recuperarla.
Alucard, aunque encendido por la furia, sabía que presentarse directamente con Nocturna podría condenar a los hijos de Nicolae. Era un riesgo que no podía permitirse. Ya en las arenas de Qad'Mar, él y Rictus discutían la estrategia.
—No podemos entrar de forma agresiva, Rictus. Mi sola presencia ya alterará el equilibrio dentro de esa ciudadela, y si algo sale mal, los niños pagarán el precio.
—Entonces enviemos un pelotón de humanos —respondió Rictus, con firmeza—. Entrenados, discretos, disciplinados.
—Y si los interceptan, ¿crees que dudarán en hacerles algo a los pequeños? No. Entraré yo. Desarmado. Solo.
Rictus frunció el ceño, pero no insistió. Nicolae observaba en silencio, su rostro endurecido por el miedo y la esperanza.
Primero debían localizar la ciudadela. Para ello, usaron a Nocturna en forma de cuervo. Voló sobre las dunas abrasadas, guiada por el lazo entre Alucard y los pequeños. Finalmente, encontraron la fortaleza enterrada en roca y fuego, tallada en el corazón del desierto.
Así, con la ubicación de la ciudadela confirmada por Nocturna en su forma de cuervo, Alucard terminó de definir su estrategia. Nicolae no podía acercarse: su rostro era buscado, su nombre condenado entre los muros del enemigo. Rictus, un esqueleto reanimado, no podía infiltrarse sin levantar sospechas inmediatas.
Alucard iría solo. Desarmado. Presentándose como emisario, conteniendo cada gota de su poder, cada impulso oscuro. Sabía que su sola presencia ya generaba temor, pero no podía entrar con violencia. No mientras los hijos de Nicolae siguieran en peligro.
El riesgo era inmenso, pero no había otra opción.
El poder vampírico de Alucard se desplegó en susurros invisibles, doblegando voluntades, confundiendo mentes, abriendo paso entre soldados sin levantar un arma. Intentó evitar el conflicto, aferrado al mínimo resquicio de diplomacia, pero pronto comprendió que esos hombres ya no eran solo humanos: estaban condenados por la oscuridad demoníaca, corrompidos por el Fuego Silencioso. Su alma ya no les pertenecía.
Fueron descubiertos cerca de las celdas, y se desató una batalla encarnizada. Alucard luchó a golpe de espada, con la furia contenida brotando en cada tajo, enfrentando no solo cuerpos, sino las sombras que los habitaban.
Solo cuando los hijos de Nicolae estuvieron a salvo, Alucard llamó a Nocturna.
Nocturna vino volando desde el horizonte en forma de cuervo, atravesando el cielo abrasador del desierto. Cuando se posó sobre el hombro de Alucard, su cuerpo de plumas oscuras se transformó en la guitarra. Con una nota, la realidad tembló.
El caos descendió sobre Qad'Mar.